
• Mejora la comunicación. La comunicación entre tú y yo debe ser bilateral o multilateral, nunca unilateral. En otras palabras, necesito expresar libremente mis opiniones, ideas y sentimientos. Por lo tanto, es aconsejable que incentives entre nosotros el intercambio de experiencias e informaciones.
• Toda enseñanza debe ser dinámica, activa, ya que esta solo se realiza por mi esfuerzo personal. Debes demandar de mí la opinión, la colaboración, la iniciativa y el trabajo propio.
• Compréndeme, respétame y valórame como persona. Debes oírme y dialogar conmigo, conociendo mis necesidades y procurando atenderlas en lo posible.
• Haz que me sienta parte de una familia. La posibilidad de que me relacione bien con mi familia, o con un grupo de amigos, me ofrece seguridad, me ayuda a combatir la soledad y favorece mi crecimiento espiritual.
• Enséñame con entusiasmo. Sé sencillo y directo al enseñar, pero entusiasta. Un entusiasmo verdadero nos contagiará vigor, pasión y dedicación ardiente en lo que hagamos.
• Emplea un lenguaje sencillo. Para transmitir bien el mensaje y facilitar mi comprensión, tu lenguaje debe caracterizarse por la claridad, la sencillez y por ser comprensible. También debes ser elocuente y relativamente pausado. Mediante tu lenguaje, debes mejorar y enriquecer el mío.
• Dame oportunidad para formular preguntas. Mis preguntas deben ser siempre bienvenidas. Es más, debes provocar y hasta pedir mi intervención sobre un tema, sea para demostrar que entiendo o que no entiendo.
• Se sabe que los “preguntones” somos muchas veces los más activos e interesados en el estudio. Los que nada o poco preguntamos somos casi siempre los que —por menos curiosos o menos interesados— no sentimos necesidad de aclarar nada.
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